Impactante capítulo del Dhammapada donde el Buda nos habla de lo transitorio e inpermanente de la vida, de las apariencias, de lo importante de llevar una vida provechosa…
Cuando dice constructor de la casa, se refiere al Ego, al Yo de la psicología que hace que volvamos una y otra vez a este mundo, prisioneros de la rueda del Samsara.
¿Qué risa puede haber, qué alegría en un mundo que sin cesar se consume? ¿Rodeados de tinieblas no buscaréis una luz?
Observa esta ataviada sombra, cubierta de heridas, compuesta por múltiples elementos, sometida a la enfermedad, llena de fantasías y que en ningún momento tiene estabilidad.
Este cuerpo agotado y endeble; verdadero nido de enfermedades, se deshace, es una masa pútrida; la muerte es el fin de la vida.
¿Qué placer puede haber cuando uno ve estos huesos blanquecinos arrojados por tierra como frutos en el otoño?
Ciudadela hecha de huesos, recubierta de sangre y carne, donde la vejez y la muerte, el orgullo y la hipocresía se han establecido.
Envejecen los abigarrados carruajes reales; envejece también el cuerpo; pero la doctrina (dhamma) de los buenos no envejece; los buenos la transmiten a los buenos.
El hombre poco instruido envejece como el buey: sus carnes aumentan, no aumenta su sabiduría (pañña).
He pasado por toda una serie de múltiples nacimientos (samsara), buscando sin descubrirlo al que construye la casa: doloroso es nacer y nacer una y otra vez.
¡Tú que construyes la casa!, te he descubierto, no me harás una nueva casa, todas tus vigas han sido rotas y el techo destruido; mi mente se ha despojado de todo aquello que produce la existencia (sankhara) y ha alcanzado la destrucción de los deseos.
No llevaron una vida de pureza (brahmacariya) ni acumularon bienes en su juventud, y ahora se consumen como viejas garzas en una laguna sin peces.
No llevaron una vida de pureza (brahmacariya) ni acumularon bienes en su juventud, y ahora yacen, como arcos ya gastados, añorando el pasado.
Capítulo XI del Dhammapada (La enseñanza del Buda)